martes, 14 de septiembre de 2010

Les paroles interdits, I.

- Padre, perdóname porque he pecado.
Dime tus pecados, que dios no te juzgará. Él todo lo sabe y todo lo ve.

- He mirado a la tentación a los ojos, pero siempre dudo un segundo antes de decirle si o no. Ese es mi gran pecado: la duda. Ya he pecado lo suficiente, y mi deseo es cambiar a la persona que he sido, lo que he hecho bien o mal toda la vida, pero ya no puedo más padre.
No soy más sino carne, al fin y al cabo. No quiero ser más que eso, pero quiero dejar de sentir el animal que vive vuelto sobre sí en mis entrañas Kundalini, le llaman.

- Desearía no sentir la pulsión que me mueve a la acción, el desconectarme al momento de atacar, de ceder a una tentación, luego otra, y otra.
Pero no puedo.
Lo deseo con todo el corazón, con el amimal mismo que vive en mis entrañas. Pero eso sería negar mi propia existencia: lo que he sido, lo que sigo siendo y lo que seré, muy a mi pesar, toda mi vida.
Me gustaría decirle, padre, que seré una persona mejor, que cambiaré. ¿Para qué? ¿Porqué habría de cambiar mi naturaleza? No lo haré, ni ahora ni nunca.¨
Prefiero seguir mirando a esta tentación a los ojos, ceder ante ella o dudar ante su baile. Que cada vez que no ceda, el animal que llevo dentro de las entrañas me pida alimento y gruña cuando su sed de sangre sea saciada. Eso era todo padre.

¿Padre?

¿Está usted ahí?

(De Les Paroles Suicides. Volumen I, 1976. Autor Desconocido).

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