jueves, 21 de enero de 2010

Y suena, suena, el acorde.

Retomé labores hace poco. Y no lo hice con nadie diferente a mí misma. Me senté a escribir como lo haría cualquier novelista, o cualquier otra cosa. Pero no busqué enfrentarme a ningún personaje ni a una noticia escabrosa. Nada. Lo escabroso, mi sujeto de conversación soy yo misma: mis miedos, todos los temores que llego a tener. Yo. Yo me bastó para escribir, porque mi escritura no busca complacer a nadie. No dirá ninguna verdad inamovible, y no será citada en ningún momento, no será tema de conversación de nadie. Es bálsamo.
No había entendido hasta que punto podría ser necesaria la tarea de enfrentarse a un miedo, al hecho que toda la vida que se lleva es solo parte de lo que se podría lograr. Que es más necesaria la humildad de reconocernos como defectuosos, que creernos un cuento que no existe.
Saber, por ejemplo, que a pesar de mis propias críticas y negaciones, que puedo ser hermosa. Que no importa si no logró cocinar divinamente, o saber de política exterior hasta ser la más versada. Que puedo escribir y entretener a quienes me siguen, aunque sea una sola persona.
Que tengo derecho a criticarme menos, a poder salirme del cajón en el que ando encerrada. Que puedo usar una transparecncia y a pesar de mostrar el gordo, sentirme divina, observada. Sin importar burlas, desprecios, desengaños.
Derecho a caer, enamorarse, dar paso por paso, y seguir arrastrando todo el orgullo por el piso.
Olvidar a quienes me hicieron daño, sin rencores. Guardar solo un poquito de odios para enfrentar con valor los miedos que hacen que se cree esa violencia primordial, que consume y que quema como fuego en las entrañas. Saber, ante todo, a quien se le dirige esa violencia.
Ser menos agresiva.
Ser dama. Mujer. Dejar de entrar en rotación, y volverme propietaria del cuerpo que no me pertenecía.
Quererse y hablarse bonito.

Empoderarse de la vida. Lo que me dijo Blanca: reflejarme en las vidas que llevo. Y entender que las vidas no son secretos guardados, sino partes de una existencia misma. Dejar de engañarse a uno mismo, o por decirlo de otra forma, despojarse del desengaño.
Yo siempre he sido la persona más escéptica del mundo: tuve una crisis muy profunda de fé por las razones que hayan sido. Salí de colegio católico, pero me puede crispar entrar a una iglesia y ser tentada a arrastrar mi naturaleza con dogmas que no me admiten y no me darán cabida a mi o a los errores cometidos. Rezo mis propias oraciones y busco ver a quienes me cuidan en todo lo que me rodea. Por hoy, solo por hoy: creerse el cuento de uno mismo. Creer en la existencia propia, y en las vidas que me componen. Y ante todo, dejar que todo corra, comme l'eau qui coule...

Próxima estación: un pie adelante. Todo atrás.