How to cry at a concert, Macca style.
Los recuerdos nunca son claros, pero por la magia del tiempo, es lo que permanece después de tantos eventos, tantas vidas.
Yo no sé cual fue la primera canción que escuché, o con cuál me arrullaban para dormir de niña, pero si recuerdo que el rock fue y ha sido uno de los amores más eternos que he tenido: desde Cat Stevens, Dire Straits, Metallica - la lista es larguísima. Pero hay una banda a la que yo regreso siempre, a la que muchos volvemos después de despotricar quizás que no eran buenos músicos pero nos damos cuenta tiempo después que la suma de las partes es mucho más fuerte; que entendemos que muchas veces no es necesario el virtuosismo sino tres acordes bien puestos, con canciones que nos hablan de la vida que pasa frente a nuestros ojos sin que podamos hacer nada por detenerla.
John, Paul, Ringo, George.
Hace doce años, yo vivía en Nueva York terminando mi maestría en periodismo, que si bien me dió la oportunidad para conocer otro mundo y personas que permanecen en mi vida hasta hoy, no fue lo que esperaba (en parte porque yo misma no supe aprovechar las oportunidades que tuve, pero esa es otra historia). Acababan de anunciar el primer concierto de un ex-Beatle en Colombia, Paul McCartney, y yo lejos. Me partió el corazón no poder estar, pero si sabía quienes iban a estar por mi: mis papás. Logré mover todo y conseguirles dos boletas en sillita, cerca del escenario. Estaban felices ambos, porque su legado fue ese - el darnos a mí y a mis hermanos la posibilidad de música que tendría la cualidad de durar por siempre, y el poder compartirla juntos. Lo mejor en medio de todo esto es que encontré páginas que transmitían el concierto en vivo para los que, como yo, pudieramos estar sin estar y sentir el corazón lleno de nostalgia y felicidad. Mamá incluso me contó que estaban tratando de entrar al estadio de fútbol donde fue el show y la policía no los dejaba llegar: fue porque Sir Paul se estaba bajando del carro a saludar como reina a todos los presentes y ella le pudo ver la piel tan perfecta que tenía "Polcito". Quedaron fascinados, y siempre los tenía a ellos como mis mejores partners para cuanto concierto hubiera en Colombia. Eso si, de rock solamente gracias.
Doce años más tarde, mi papá ya está más viejo y cansado y prefiere los conciertos en silla, porque ya no soporta estar de pie por los años que le pasan y el accidente y la falta de ejercicio y de sueño. Mi mamá hace ocho años está internada en hogares especiales para cuidarla porque su cerebro se volvió un carbón negro que no le permite ser la mujer alegre y vital que tuve el honor de tener como madre. Yo, en su honor, me la paso de concierto en concierto y en cuanto festival puedo, sin hijos, sin marido y disfrutando lo más posible. Doce años más tarde, Paul McCartney regresa a Bogotá como parte de su gira GOT BACK.
Conseguir las boletas fue una locura. ¿Fecha de venta anotada? Si. ¿Tarjetas de crédito listas? Si. ¿Comentarios críticos de papá y de mi hermano que también iban al concierto de gastarme la plata en cosas que no necesito? Siempre, bebé. Tras veinte minutos de angustia, tres boletas en gramilla aseguradas. Después, la espera para el día del show.
Ya pasaron los días, viernes al fin. Alejandro no estaba seguro de ir sino hasta el final y mi papá me tenía seca a punta de preguntas ¿Puedo llevar esto? ¿Será que me dejan entrar una silla? - que si nos íbamos en carro, un taxi. Los llevé a coger bus, que casi no nos pasa y directo al estadio. La organización no me sorprendió por lo desastrosa que fue, ya que en una sola fila que le daba la vuelta entera al Movistar Arena veníamos agrupadas cuatro localidades distintas: nadie sabía nada, la mafia de los puestos adelante seguía tan campante ofreciendo una fila menos, y éramos todos al trote esperando que ninguno de nosotros descuidase su puesto y así, otro llegar a ocuparlo. Después de unos cuarenta minutos, ingresamos al estadio y nos sentamos. No podíamos ingresar comida, pero unos chicos que me escucharon decir que tenía hambre me dieron un paquetito de galletas que habían ingresado a las escondidas: no encontré mi amado palito de queso entonces no quise comer nada porque todo era carnes. Papá y Alejandro, fieles a su tradición, tampoco comieron nada.
A las 9:30 PM, empezó el show. Paul McCartney, durante esas tres horas de concierto hasta unos minutos después de la medianoche, nos dió a todos sopa y seco. Un hombre de 82 años que canta, baila, hace bromas con el público le debe su vitalidad al yoga y una dieta vegetariana que ha mantenido como pilares de su disciplina por años y que nos dejó a todos con la boca abierta. A mi lado había gente de la edad de papá o tal vez menor que él, gente de la edad de mi hermano y mía, y, lo más sorprendente, muchos chicos menores que cualquiera de nosotros. Una chica menor que yo, cuando exclamé lo vital que era Paul, cómo putas está dándola toda él y nosotros no me respondió "Es la inmortalidad, amiga". Te creo.
Parecíamos poseidos todos por algo que no puedo explicar. Era asistir a la celebración de la música, del amor por la esposa presente en el público y amor por los amigos que no están ya con nosotros y que gracias a la realidad virtual fue posible evocar, por momentos, la presencia fantástica de John y George, gone too soon. Más de uno de mis amigos lloró: por la nostalgia de otros tiempos quizás más felices que no podrán volver, por los tiempos felices de infancia, esa primera tonada que nos evoca un pasado luminoso y lleno de nosotros mismos.
A nuestro lado, una mujer más bajita que yo y que luchaba por ver. Iba sola - no me supe su nombre nunca, ni nada que me haga recordarla. Un saquito color pastel, pelo largo, sonrisa fácil. Estaba felíz por vernos a nosotros asistir como familia, como tantas otras familias que se reencontraron con la música esa noche. Durante Now and Then, la canción más reciente de los Beatles (con la participación especial de John, desde el más allá), las dos lloramos: me pareció criminal dejarla sola llorando, recordando quizás a alguien o algún momento de su vida. Le rodee los hombros con mi brazo y lloramos juntas mientras Paul también cantaba con los ojos rojos, lleno él también de recuerdos y de tristeza y de agradecimiento por estar juntos esa noche.
Paul hablando español, agradeciendo nuestra presencia y el estar aquí presentes, con la promesa al final de vernos de nuevo pronto. No sabemos cuándo será eso, si ese momento existe. Existió el ver a mi padre feliz y agradecido con estar, a pesar del cansancio. Existió ver a Alejandro pidiendo quedarnos una canción más, cantando cada canción y recordando otros tiempos, cuando ninguno de nosotros tenía arrugas ni ojeras ni preocupaciones que nos quitasen el sueño.
Para cerrar la noche, ya terminado el show y rendidos del cansancio, buscamos transporte. Una patrulla de la policia nos cerraba el paso y junto a ellos, ingleses también dando órdenes a la distancia. La calle cerrada para darle paso al bus que transportaba a Paul junto con su grupo de genios, rumbo al hotel para una merecida noche de descanso mientras que Paul mismo, frente al conductor, nos sonreía y hacía un thumbs up a todos, mientras me miraba y me sonreía a mi grito de que lo amábamos y le dábamos las gracias por volver.
Paul McCartney, don't ever die. Always come back to us.